Carlos San Juan Victoria
Ahora resulta que tres es más que nueve. Al día siguiente de que el PRI se alzara con nueve gubernaturas, la prensa afín al gobierno federal, algunos opinadores selectos y líderes de los partidos coaligados iniciaron la construcción simbólica de las razones según las cuales tres es mayor que nueve, porque, dijeron, tres victorias aliancistas valen más que nueve del partido tricolor. Freno al PRI, oportunidad ciudadana, desmonte de cacicazgos, unidos venceremos. Las tres victorias aliancistas en territorio priísta ocultaron las tres pérdidas en sus respectivas zonas, y los seis refrendos priístas. Además nublaron el hecho de que sus tres candidatos ganadores eran recientes ex priístas, que el PRI controla la mayoría de los municipios en los 12 estados en disputa, y que mostró una red de operación electoral territorial como no tiene ninguno de los partidos opositores. Desgraciadamente la sencilla aritmética, como la fuerza de gravedad, no respeta simulaciones. La verdad del 4 de julio es que el PRI es la primera fuerza política nacional, y el PAN, urgido de respiración artificial, resucitó como partido competitivo. La gran noticia es que el invento salinista y oligárquico del bipartidismo se rehace. ¿Qué hacen ahí las izquierdas?
Las izquierdas se disuelven en dos caldos políticos ajenos. En un caso, como fuerza política, que se supedita a la urgencia del gobierno federal y del PAN para evitar que sus graves errores lo eliminen de la competencia por la grande en el 2012. Como lo demostró en sus alianzas, tuvo escasa influencia, salvo en Oaxaca, para incidir en el perfil político de los candidatos y así garantizar cierta sensibilidad y compromiso con la ciudadanía y las causas populares. En otro caso, como fuerza con ideas y ruta propias, se disuelve en el discurso pragmático y de centro derecha de Manuel Camacho. Un político dedicado a cabalgar sobre los aires cambiantes que le arrojen ganancias inmediatas, y con mala fortuna. ¿Qué fue del Partido Centro-Democrático; qué de sus cuadros que ahora reviven a la sombra del Gobierno del Distrito Federal y del PRD ?
Después del 4 de julio, ¿de qué unidad hablamos? Es obvio que todas las fuerzas plurales que coinciden en el ámbito de las izquierdas requieren de la unidad. Pero ¿de qué unidad hablamos?
Las fuerzas de izquierda y en particular el PRD han alcanzado dos momentos de máxima identidad y eficiencia electoral: en 1988 y en 2006. En ambos casos se hizo reconociendo liderazgos excepcionales con muy amplia convocatoria que articularon ciudadanías y fuerzas diversas, con un proyecto propio de democracia y de nación que puso en primer lugar a los excluidos. En ambos casos las izquierdas intentaron revertir la derechización oligárquica en la conducción del país, y propusieron otro “centro de gravedad” para rehacer una nación maltrecha: reconocer y aliviar la desigualdad y la necesaria inclusión de las mayorías. Las “derechas” y las izquierdas” se definen en ese punto: en la inclusión o exclusión de las mayorías en la política, la economía y la cultura nacional. ¿Qué se ofrece desde el tres más grande que el nueve? Las pequeñas ganancias de una política cada vez mas vuelta mercado, cuyo emblema es Doña Esther Gordillo; y una fría lógica empresarial del “ganar ganar” ya sea como alia¬a del PAN o del PRI. Así, en efecto, ganan los dirigentes–empresarios y los partidos–empresas, pero pierden las causas ciudadanas, populares y nacionales.
Con el tres más grande que el nueve la política del centro democrático se propone ahora tomar el PRD de cara al relevo de la dirección nacional en pocos meses más. Va a imponer una agenda donde el problema principal sea “evitar la llegada del PRI a Palacio Nacional”, como si el PAN y su gobierno no fueran los responsables en lo que va de dos sexenios de la desarticulación nacional. Esa consigna atrapa algo de la indignación ciudadana, pero oculta que desde el 2000 hizo que muchas izquierdas quedaran como vagón atado al voto útil o al voto nulo, y a la supeditación ideológica y política de la derecha panista. Y en esa intención del centro-derecha es esencial quebrar la principal oposición a sus planes, el eje de fuerza de los ciudadanos, agrupaciones populares, organizaciones y cuadros simpatizantes de la otra ruta: de Andrés Manuel López Obrador, cuya influencia apabullante se refleja claramente en prácticamente todos los agrupamientos de izquierda.
Preservar el registro y las prerrogativas o ganar la opción nacional, democrática y popular. No se pueden repetir los graves errores estratégicos que han dado cauce a dos sexenios panistas, la migración hacia la derecha de muchos intelectuales y las expoliaciones de los votos útiles. Las izquierdas requieren de apostarle todo a la ciudadanía y a las causas y agravios de la gente. Sin una política ciudadana y popular que convoque, amarre y haga prosperar el impulso ciudadano en barrios, municipios y ciudades, no se podrá vencer al primer poder territorial del país, el PRI. Sin los liderazgos que simbolizan la sed de justicia de muchos mexicanos se estará a merced de la política fabricada con mucho dinero en los medios. Sin esa identidad clara y convocante no se podrá evitar que las izquierdas se disuelvan en las pequeñas ganancias del “mercado” político.
México es un caso raro donde grandes personalidades han aparecido ligadas a proyectos de cambio pro-gramático o abriendo ruta hacia ello. Es el caso de Cuauhtémoc Cárdenas en su lucha por la democracia con contenidos sociales y nacionales, del zapatismo y sus iniciativas de Reforma del Estado, y de Andrés Manuel López Obrador con su Proyecto de Nación. Pero además estas figuras y eventos han logrado revertir la lógica oligárquica de exclusión ciudadana y popular de la política, dentro de perspectivas más amplias de transformación social de grandes vuelos. Ese es el patrimonio–identidad que permite unificar a las izquierdas en una perspectiva de cambio progresivo. Ese es el debate.
Las izquierdas se disuelven en dos caldos políticos ajenos. En un caso, como fuerza política, que se supedita a la urgencia del gobierno federal y del PAN para evitar que sus graves errores lo eliminen de la competencia por la grande en el 2012. Como lo demostró en sus alianzas, tuvo escasa influencia, salvo en Oaxaca, para incidir en el perfil político de los candidatos y así garantizar cierta sensibilidad y compromiso con la ciudadanía y las causas populares. En otro caso, como fuerza con ideas y ruta propias, se disuelve en el discurso pragmático y de centro derecha de Manuel Camacho. Un político dedicado a cabalgar sobre los aires cambiantes que le arrojen ganancias inmediatas, y con mala fortuna. ¿Qué fue del Partido Centro-Democrático; qué de sus cuadros que ahora reviven a la sombra del Gobierno del Distrito Federal y del PRD ?
Después del 4 de julio, ¿de qué unidad hablamos? Es obvio que todas las fuerzas plurales que coinciden en el ámbito de las izquierdas requieren de la unidad. Pero ¿de qué unidad hablamos?
Las fuerzas de izquierda y en particular el PRD han alcanzado dos momentos de máxima identidad y eficiencia electoral: en 1988 y en 2006. En ambos casos se hizo reconociendo liderazgos excepcionales con muy amplia convocatoria que articularon ciudadanías y fuerzas diversas, con un proyecto propio de democracia y de nación que puso en primer lugar a los excluidos. En ambos casos las izquierdas intentaron revertir la derechización oligárquica en la conducción del país, y propusieron otro “centro de gravedad” para rehacer una nación maltrecha: reconocer y aliviar la desigualdad y la necesaria inclusión de las mayorías. Las “derechas” y las izquierdas” se definen en ese punto: en la inclusión o exclusión de las mayorías en la política, la economía y la cultura nacional. ¿Qué se ofrece desde el tres más grande que el nueve? Las pequeñas ganancias de una política cada vez mas vuelta mercado, cuyo emblema es Doña Esther Gordillo; y una fría lógica empresarial del “ganar ganar” ya sea como alia¬a del PAN o del PRI. Así, en efecto, ganan los dirigentes–empresarios y los partidos–empresas, pero pierden las causas ciudadanas, populares y nacionales.
Con el tres más grande que el nueve la política del centro democrático se propone ahora tomar el PRD de cara al relevo de la dirección nacional en pocos meses más. Va a imponer una agenda donde el problema principal sea “evitar la llegada del PRI a Palacio Nacional”, como si el PAN y su gobierno no fueran los responsables en lo que va de dos sexenios de la desarticulación nacional. Esa consigna atrapa algo de la indignación ciudadana, pero oculta que desde el 2000 hizo que muchas izquierdas quedaran como vagón atado al voto útil o al voto nulo, y a la supeditación ideológica y política de la derecha panista. Y en esa intención del centro-derecha es esencial quebrar la principal oposición a sus planes, el eje de fuerza de los ciudadanos, agrupaciones populares, organizaciones y cuadros simpatizantes de la otra ruta: de Andrés Manuel López Obrador, cuya influencia apabullante se refleja claramente en prácticamente todos los agrupamientos de izquierda.
Preservar el registro y las prerrogativas o ganar la opción nacional, democrática y popular. No se pueden repetir los graves errores estratégicos que han dado cauce a dos sexenios panistas, la migración hacia la derecha de muchos intelectuales y las expoliaciones de los votos útiles. Las izquierdas requieren de apostarle todo a la ciudadanía y a las causas y agravios de la gente. Sin una política ciudadana y popular que convoque, amarre y haga prosperar el impulso ciudadano en barrios, municipios y ciudades, no se podrá vencer al primer poder territorial del país, el PRI. Sin los liderazgos que simbolizan la sed de justicia de muchos mexicanos se estará a merced de la política fabricada con mucho dinero en los medios. Sin esa identidad clara y convocante no se podrá evitar que las izquierdas se disuelvan en las pequeñas ganancias del “mercado” político.
México es un caso raro donde grandes personalidades han aparecido ligadas a proyectos de cambio pro-gramático o abriendo ruta hacia ello. Es el caso de Cuauhtémoc Cárdenas en su lucha por la democracia con contenidos sociales y nacionales, del zapatismo y sus iniciativas de Reforma del Estado, y de Andrés Manuel López Obrador con su Proyecto de Nación. Pero además estas figuras y eventos han logrado revertir la lógica oligárquica de exclusión ciudadana y popular de la política, dentro de perspectivas más amplias de transformación social de grandes vuelos. Ese es el patrimonio–identidad que permite unificar a las izquierdas en una perspectiva de cambio progresivo. Ese es el debate.