¿Un futuro para México?

Carlos San Juan Victoria


A finales de 2009 apareció el vibrante ensayo “Un futuro para México” (Nexos, noviembre de 2009), con la firma de dos reconocidos intelectuales mexicanos: Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín. Llaman a trasladar el debate 2010-2012 hacia un horizonte de esperanza, con un país próspero donde al menos un tercio de su población viva como clase media. Según su opinión, el milagro llegará por el impulso que le den los motores del mercado, el Estado, y los efectos “positivos” de una integración más o menos definitiva con nuestro vecino del norte.

Dicen los autores que ello es posible si, y siempre si –además de optar por una fuerte integración con América del Norte, se avanza en por lo menos tres niveles de cambios sustantivos, a saber: a) Librar a la economía de los grandes poderes monopólicos que la aprisionan; b) Restablecer la unidad y la eficacia de mando –del Estado, se entiende– dentro de lo que hoy por hoy resulta ser una democracia ineficiente; c) Volver al pacto con la sociedad por medio de un intercambio preciso: más protección social a cambio de un IVA incrementado y la aceptación por parte de la población de “las reformas estructurales”.

Como es fácil constatar, entre 2008 y 2009 “la ruta única del Mercado” decidida por los poderes globales conoció su propio abismo y se abrieron entonces muchas posibilidades para inventariar y rehacer caminos heterodoxos y plurales a escala mundial. Pero, en la mejor tradición del optimismo del siglo XIX –ahora que crecieron las incertidumbres del XXI–, nuestros autores dictaminan un curso obligado de las cosas: la necesidad de que México se parezca –como dos gotas de agua– a los Estados Unidos o, si se prefiere, al “primer mundo” en general.

Para alcanzar tan preciado objetivo, en la perspectiva señalada, se requeriría confrontar y echar por la borda en definitiva al nacionalismo revolucionario y a la nomenklatura; eliminar al puñado de poderes monopólicos (nocivos, se entiende), estatales, corporativos y privados; enfrentar la crisis fiscal y el deterioro de la protección social; combatir la patología mental que no nos ayuda a reconocer que ya somos América del Norte, y frenar el fenómeno de la erosión del mando estatal encaminado hacia la “única ruta”.

¿Ideas novedosas? No en lo fundamental, a mi parecer. Se parecen –casi copian– a las del Banco Mundial. En ambas perspectivas se hacen a un lado datos reveladores. Entre otros, que el segmento consolidado de “la economía plena” de mercado es sólo el ocho por ciento de las unidades productivas –que es donde se concentran los beneficios de las políticas de fomento y de los presupuestos–, mientras que el 92 por ciento se las arregla como puede para mantener al 80 por ciento de la fuerza laboral.

Se mira sin concesiones a la innegable integración mexicana con el sur norteamericano, pero se escamotea el problema real. Pues no se trata de no reconocer una integración iniciada desde el siglo XIX, sino de debatir el tipo y las vías de integración. Nosotros creemos, por el contrario, con que ambos pies en América del Norte, México tiene que mirar hacia el Sur.

“Un futuro para México” de Castañeda y Aguilar Camín pretende un recambio de esperanza en una fecha cargada de simbolismo: el del centenario de la Revolución. Si la violencia armada creó un horizonte de expectativas durable, ahora una epopeya pacífica, la lucha cotidiana de millones de mexicanos para acrecentar sus consumos, alumbrará el único futuro posible (y promisorio). El comparativo no da para más: en lugar de los ejércitos populares como fuerzas motoras del cambio, los autores se imaginan el asalto masivo a las grandes plazas del consumo.

“Un futuro para México” es menos una reflexión intelectual que el tejido coherente de diversas iniciativas realizadas por los poderes en turno. Su cruzada es la del Banco Mundial y su ortodoxia es la del mercado en el nivel formulado por el Consenso de Washington.

Y salta a la vista lo que en definitiva parece ser el plus de su originalidad: su ánimo prometeico en torno a su idea del “progreso”, justo ahora cuando el referido “progreso” amenaza con tragarse al mundo sin piedad.

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